Con conmoción recibimos el martes pasado la noticia del fallecimiento de una persona con discapacidad visual -no se dice “no vidente”- en la Línea 2 del Metro de Santiago, tras caer a las vías del tren. Lamentablemente, tienen que ocurrir hechos trágicos como éste para que nos demos cuenta de que vivimos en un mundo ultra individualista, donde predominan los audífonos y las pantallas de los celulares, y poco nos importa lo que pasa a menos de un metro nuestro.
Sin ánimo alguno de culpar al servicio de transporte subterráneo o al Estado mismo, esta sensible muerte desnuda todas las falencias que experimentamos como sociedad en términos de accesibilidad universal e inclusión. Respecto a la primera, si bien hemos avanzado en los últimos años, siguen faltando múltiples condiciones en la vía pública para que las personas ciegas o baja visión puedan sentirse cómodas circulando, sin miedo a que les vaya a pasar algo.
En cuanto a la segunda, bien vale la pena preguntarnos qué estamos haciendo cotidianamente por el que está al lado, que puede estar necesitando nuestra ayuda. Por más barreras o placas podotáctiles que tengamos, si no se produce un cambio cultural, de mentalidad, estas desgracias inevitablemente van a seguir sucediendo.
La responsabilidad no recae solamente en las autoridades, sino en ti, que tienes la posibilidad de estar leyendo esta carta. Debemos mirarnos interiormente y ver cómo estamos colaborando con el prójimo, especialmente con las personas con discapacidad, a quienes se les hace muy difícil desenvolverse diariamente con naturalidad en un país donde nos falta mucho por crecer.
Por eso, este desafío requiere un trabajo un conjunto. Con los casi 100 años de experiencia que tenemos acompañando a personas con discapacidad visual en todo su ciclo vital, como Fundación Luz queremos ayudar a iluminar el camino en esta materia, por lo que nos ponemos a total disposición de los servicios públicos, para que nunca más ocurra un hecho tan triste como éste.