Noticias en Fundación Luz

Comunicado: Un día como hoy, hace 100 años…

Un 11 de junio de 1923, hace exactamente 100 años, un grupo de amigas lideradas por Ester Huneeus (la escritora Marcela Paz), realizan una convocatoria inédita para confirmar el número de personas ciegas que habitaban en Santiago de Chile.

Esto, luego de conocer a Margarita, una joven ciega que pedía limosna en la calle quien les habló sobre las dificultades y abandono que sufrían entonces niños y adultos con discapacidad visual

 “A las personas que conocen o sepan de algún ciego que necesite ayuda, se les ruega inscribirlo en la Sociedad Protectora de Ciegos Santa Lucía. El lugar de la inscripción será el Colegio de los Padres Franceses el día 11 de junio del presente año”.

El aviso circuló en los diarios de la capital con el claro objetivo de establecer de una vez la cantidad de ciegos que necesitaban de su ayuda.

Estaba todo listo en las dependencias del colegio de los Padres Franceses. Los sacerdotes prepararon el gimnasio con sillas y un estrado para que les comunicaran el motivo de la convocatoria a los ciegos que llegaran a buscar ayuda. Contaban, además, con el apoyo de alumnos de los últimos grados para asistir y conducir a los ciegos que fueran llegando.

Habían pasado cerca de dos años desde el primer encuentro y contacto con los ciegos, ahora sería el momento cumbre y clave para determinar el destino de esta nueva organización creada y estructurada por jovencitas de la alta sociedad. Elvira Valdés, Carmen Morandé, Ester Huneeus, Marta Guzmán, Fanny Fernández y la señora Juana Solar de Domínguez, la única de las amigas que se había casado, estaban inquietas no sabían con lo que se iban a encontrar.

Se vieron superadas ante la cantidad de ciegos que iban entrando al gimnasio. Los alumnos del establecimiento no daban abasto para recibirlos. Corrían de un lado para otro, desesperados tratando de que los convocados no chocaran con las sillas. Los padrecitos tuvieron que ayudarlos y las amigas también intervinieron. Algunos llevaban en sus manos guitarras o instrumentos con lo que se ganaban el sustento diario en las calles (interpretaban algunas piezas musicales afuera de casas comerciales y teatros las que eran retribuidas con monedas en los tarritos). El aire se fue espesando; el recinto estaba colmado de ciegos. Por un momento, las amigas pensaron en la difícil y monumental misión que se les venía por delante. Temerosas y dubitativas miraban al cielo como pidiendo ayuda divina ante el número ingente de discapacitados visuales que atiborraron el gimnasio. Hubo un momento en que se quedaron en silencio, observando cómo se desplazaban con la ayuda de los estudiantes. Ester se llevó la mano derecha hacia la frente para secarse las gotitas de sudor que la invadían y se dijo: “¡Dios mío, nos tienes que ayudar!”

Algunos se tuvieron que quedar parados, apoyados en las paredes del gimnasio. Les dieron la preferencia de sentarse a las mujeres y niños. La bulla, el calor, el encierro, la cantidad las tenía descolocadas. La voz del padre Damián hablando en el estrado las volvió a la realidad. El sacerdote se dirigió a los ciegos, el silencio llegó al fin. Agradeció la presencia de todos y comenzó a explicar el motivo de la reunión. Les relató el origen de la Sociedad Protectora Santa Lucía, y que es lo que se planteaba como objetivo. Tan solo habló unos minutos y llamó a la tribuna a Ester Huneeus. Con paso seguro se acercó al frente de la audiencia a enfrentar a quienes había buscado por tanto tiempo.

Pese a que solamente contaban con las ganas de ayudar, ya que carecían de materiales especiales para ciegos, de todas formas y sorteando el impacto inicial Ester se paró delante de ellos y les contó quiénes eran y cómo había surgido la idea de ayudarlos. Nombró a sus amigas con las que recorrió las calles buscándolos, dándoles comida y vestimenta. Ahora eso querían transformarlo en un Hogar donde fueran recibidos y vivieran dignamente. Todos escucharon en absoluto silencio y a cada minuto que pasaba se sentían más ilusionados. Finalmente, Ester, aún con las piernas temblando, les solicitó toda su colaboración y oración para que este sueño se concretara.

Cuando ya todo había terminado, los ciegos se habían retirado y se aplacaron los nervios, las socias evaluaron la asistencia. En total fueron cerca de 500 los ciegos que acudieron al llamado esa tarde.

–“Pero ¿cómo llegaron tantos?” Exclamó impresionada Elvira dirigiéndose a Ester.

–“Aunque no me creas así quedó registrado en las actas de las inscripciones”.

Con el encuentro cercano se plantearon los objetivos a seguir. Establecieron reunirse todos los lunes con el fin de comenzar de una buena vez con las labores de la sociedad. Para juntar recursos se determinó formalizar colectas entre los socios y se visitaría a los ciegos, tanto a los que vivían con sus familias como a los que se encontraban reunidos en establecimientos de beneficencia. Además, como ya lo había señalado Ester, como toda organización debía tener una jerarquía, así que se estructuró un directorio provisional. Como Presidenta quedaría Juana Solar de Domínguez, y Directoras: Elvira Valdés, Ester Huneeus, Carmen Morandé y Marta Guzmán. Asimismo, se plantearon trabajar a toda máquina en el diseño de la personalidad jurídica para que todo estuviera en el marco de la ley.

Así fue como el 31 de diciembre de 1924, ante la Ley se registra oficialmente la Sociedad Protectora de Ciegos Santa Lucía, hoy Fundación Luz.

cerrar
Donación mensual por One-Pay